El público alcazareño despide la temporada teatral con “Divinas palabras” y el artístico montaje de José Carlos Plaza

“Qui sine peccato est vestrum, primus in illam lapidem mitatt”. “Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Con este mandato en latín termina el clásico de Valle-Inclán “Divinas palabras”. Una frase que devuelve al oscurantismo a unos personajes condenados por la ignorancia y la miseria. Una tragicomedia que nace y muere en las sombras, origen del esperpento

Cultura 12 de diciembre de 2020

Producciones Faraute, en colaboración con el Centro Dramático Nacional, bajo la dirección de José Carlos Plaza, ha revivido la obra más internacional del escritor y dramaturgo gallego, una joya del modernismo, vestida en esta ocasión con una estética muy artística y guiños pictóricos a Goya y Velázquez, que alcazareñas y alcazareños pudieron disfrutar el pasado jueves, 10 de diciembre, en el Auditorio Municipal.

“Divinas palabras” cuenta la historia de la Galicia rural de principios del siglo XX. Una época sombría, sumida en la miseria, la superstición y la ignorancia. Un relato de gentes que pugnan por sobrevivir, en una época nada propicia para la ética, supeditada a una falsa moralidad religiosa que coarta la libertad y vela el conocimiento. La envidia, la venganza, la avaricia, la lujuria y las bajas pasiones están presentes en el retrato de la España más negra que Valle-Inclán sublima hasta el esperpento. La acción gira en torno a la familia de Pedro Gailo, un sacristán casado con la bella Mari Gaila, personaje femenino que simboliza la búsqueda de libertad frustrada. El detonante de toda la trama es la muerte de una de las hermanas del sacristán, que deja en herencia un hijo impedido, un enano hidrocéfalo que se disputa Gailo con su hermana Marica del Reino para exhibirlo en ferias y conseguir dinero. Mari Gaila secuestra al muchacho y se echa a los caminos para vivir y hacer fortuna. Es entonces cuando conoce a su amante, Séptimo Miau, que la llevará a la deshonra y la perdición, ya que mientras está con él, un grupo de miserables emborrachan al enano, provocando su muerte y un giro dramático de los acontecimientos.

“Divinas palabras toca lo más negro de nuestra alma, lo más profundo de nuestras conciencias. Es una obra que está arrojando a los personajes a un lugar terrible de necesidad e ignorancia que, cuando se mezclan, ponen a trabajar la codicia de los de abajo para recoger las migajas de los de arriba. Todos los personajes que se retratan son los de abajo, que viven en la necesidad absoluta, la miseria y la ignorancia, un lugar del que no pueden salir”. Así resume el espíritu de la obra de Valle-Inclán Carlos Martínez Abarca, el actor que representa a Pedro Gailo en el montaje de José Carlos Plaza. Un montaje “absolutamente democrático” en el que todo el elenco actoral, así como los técnicos, trabajan al unísono para sacarla adelante, interpretando a varios personajes “e incluso tirando de las cuerdas que cambian de posición la tela que conforma los distintos escenarios”. Y es que en Divinas Palabras aparecen más de 50 personajes que son encarnados por tan sólo 11 actores y actrices. “Los montajes de Plaza suelen ser así, situando a actores y actrices en una posición de humildad e igualdad para sacar adelante el trabajo colectivo, más en una obra que habla de un problema colectivo y social”.

El antagonista de Pedro Gailo es Séptimo Miau, el amante de la mujer del sacristán reprimido por la moral cristiana. Miau es un ácrata sin escrúpulos, cínico y provocador, encarnado por el actor Alberto Bernal. Un personaje que en 2020 le ha valido la nominación de la Unión de Actores y Actrices al mejor actor protagonista de teatro. “Este tipo de reconocimientos se agradecen y más cuando vienen de los propios compañeros, pero la verdadera suerte es poder hacerlo, porque no siempre hay oportunidad de interpretar este tipo de personajes”. Para Bernal, existe cierto paralelismo de esta obra con la realidad actual, “cuando el ser humano se enfrenta a situaciones extremas y necesita salir de ellas, muchos lo hacen desde la solidaridad y el trabajo en común, pero muchos otros desde el individualismo, intentando salvarse ellos; les da igual lo que pase a su alrededor. Es un mensaje que está muy de actualidad. Se ha oído mucho que el COVID iba a sacar lo mejor de nosotros, pero también ha sacado lo peor. Son emociones y necesidades muy humanas que reflejan bien los personajes de Valle-Inclán”.

Al igual que los personajes masculinos, los femeninos están muy bien definidos. Mujeres fuertes que reflejan la cultura matriarcal gallega y que, al igual que sus compañeros, se dejan llevar por sus instintos y pasiones, aunque éstos sean reprimidos por una sociedad clerical y con doble moral. El personaje que con mayor claridad representa la búsqueda de libertad, en este mundo condenado a la miseria, es Mari Gaila, interpretada por Olga Rodríguez. “Es un personaje que llama al despertar individual, a salir del aborregamiento, haciendo una revisión de valores. Nos llama a escuchar nuestro instinto y a liberarlo, pero sin perder de vista esos valores que nos permiten convivir como ciudadanos”. Olga fue alumna de Plaza en el Centro de Artes Escénicas de Sevilla, hoy inexistente, y se formó con los clásicos, entre ellos Valle-Inclán. “Es un autor potentísimo que debería hacerse más. Es la llamada de la naturaleza que nos impulsa a revisar las leyes que reprimen nuestro instinto, del que debemos hacernos responsables”.

Otra de esas mujeres fuertes y la antagonista de Mari Gaila, es Marica del Reino, la hermana del sacristán que se disputa la custodia del sobrino idiota. Encarnándola, Mona Martínez, un rostro muy conocido en la actualidad por su participación en la serie “Veneno”; pero con una larga trayectoria sobre los escenarios, como bailarina primero y, a partir de 2002, como actriz. Una experiencia que no le resta humildad para confesar su inquietud como debutante en la obra sobre las tablas del Auditorio Municipal alcazareño. Un debut que superó “Cum laude”, pues su personaje fue uno de los más aclamados por el público. Mona destaca la estética de la obra y la “apuesta física” del director por un “teatro dentro del teatro, que une este arte con la danza, la música y la pintura”. Una estética muy lograda que, por momentos, con la distribución actoral, el colorido del vestuario, los juegos de luces y los escasos pero medidos objetos de la escenografía, recuerdan al espectador los cuadros de Goya y de Velázquez.

El público alcazareño fue agradecido con la representación que seguirá viajando por los teatros españoles hasta el próximo mes de marzo.

También te puede interesar: